Biodiversidad escondida: parásitos de cetáceos

El parasitismo es la estrategia vital más extendida en el mundo vivo. Se podría decir que los parásitos representan el grupo más numeroso de especies del planeta y obviamente forman parte integral de la biodiversidad. Como dice Carl Zimmer en su libro Parásitos (Capitán Swing, Madrid, 2016), un ecosistema sano está lleno de parásitos. A pesar de esta aparente ubicuidad, los parásitos forman parte de la “biodiversidad escondida”, ya que nuestro interés hacia ellos se debe sobre todo a su efecto pernicioso sobre animales domésticos, cultivos y el ser humano, y porque, debido a su pequeño tamaño, suelen pasar desapercibidos. Aun así, es alentador constatar que, en los últimos años, hay un creciente interés en estos organismos, no solo por su valor intrínseco y su papel clave en el funcionamiento de los ecosistemas, sino por la fascinación intelectual que a menudo suscitan (pensemos, por ejemplo, en cómo el Plasmodium falciparum, que causa la malaria, logra evadir una y otra vez nuestra respuesta inmune, o cómo el Toxoplasma gondii es capaz de modificar nuestra conducta).

 


“Sabemos que existe más de una decena de especies de metazoos parásitos que, increíblemente, viven en la superficie externa de los cetáceos como en el espiráculo, la comisura bucal, la órbita ocular o el orificio urogenital, lugares todos ellos bastante protegidos del envite de las corrientes”


 

Existe un interés de conservación añadido en el caso de los parásitos que infectan a especies carismáticas que se encuentran amenazadas, como los cetáceos. En el mar Mediterráneo hay 8 especies de cetáceos, 7 delfines y un rorcual, cuya fauna parásita se conoce bastante bien gracias al trabajo en nuestro laboratorio de zoología marina de la Universitat de València desde hace varias décadas. El estudio de los parásitos de cetáceos no es sencillo debido al carácter ocasional de los varamientos, que impide optimizar las estrategias de muestreos.

Además, el carácter oceánico de muchos cetáceos hace inviable cualquier estudio experimental para investigar la biología de sus parásitos (por ejemplo, elucidar sus ciclos vitales completos). Aun así, sabemos que existe más de una decena de especies de metazoos parásitos que, increíblemente, viven en la superficie externa de los cetáceos como en el espiráculo, la comisura bucal, la órbita ocular o el orificio urogenital, lugares todos ellos bastante protegidos del envite de las corrientes.

Sabemos también que al menos una treintena de especies viven dentro de los cetáceos, en lugares tan diversos como el tracto digestivo, los pulmones, los riñones, las glándulas mamarias, la grasa subcutánea… incluso el pene. Esta diversidad “escondida” se adquirió en gran medida después de que los ancestros de cetáceos colonizaran el medio marino. La historia evolutiva de estas asociaciones es fascinante. Muy probablemente, la gran mayoría de parásitos de los ancestros terrestres de los cetáceos no fueron capaces de ajustar sus ciclos vitales al nuevo entorno acuático y se extinguieron.

Por lo tanto, ¿de dónde proceden los parásitos que encontramos actualmente en los cetáceos? Las evidencias existentes, obtenidas en nuestro laboratorio durante las últimas dos décadas, indican que los parásitos de cetáceos tienen un origen marino. Es decir, que los “protoparásitos” colonizaron los cetáceos a partir de hospedadores con los que coexistían en el mar. No es extraño, por tanto, que la mayoría de parásitos de cetáceos estén emparentados con parásitos de peces, de aves marinas, o de pinnípedos (focas), con los que los ancestros de los cetáceos compartían hábitat. El resultado es que la fauna parásita actual de cetáceos es altamente específica (de hecho, sabemos de antemano qué parásitos van a aparecer en los cetáceos varados en las costas de la Comunidad Valenciana).

La manera de preservar esta biodiversidad escondida de los parásitos, en general, y de los que infectan cetáceos en particular, es considerarlos como seres merecedores de “derechos” de conservación, como lo son otros seres vivos con algún grado de amenaza. Dada la percepción negativa que tenemos sobre los parásitos, puede resultar una tarea infructuosa persuadir a la sociedad de que los parásitos en peligro de extinción deberían entrar también en planes de conservación al igual que sus hospedadores. Sin embargo, además de su valor intrínseco, otra de las dimensiones positivas de los parásitos es su empleo como marcadores naturales para descubrir multitud de aspectos biológicos de sus hospedadores como su comportamiento, la dieta, la migración y distribución, etc. Por ejemplo, una especie de percebe que se fija a las aletas de los delfines nos ha revelado aspectos hasta ahora desconocidos sobre la forma de natación de los delfines. Los científicos podemos ayudar a preservar tanto a los cetáceos como a sus parásitos con las herramientas de que disponemos, pero también debemos difundir en la sociedad el valor intrínseco y aplicado de estos seres, más allá de su efecto patógeno.

 

Mercedes Fernández Martínez y Francisco Javier Aznar Avendaño
Unidad de Zoología Marina
Instituto Cavanilles de Biodiversidad y Biología Evolutiva;
Universitat de València

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