La exposición de la población a mercurio, y en especial de las mujeres embarazadas y de los niños, es una de las preocupaciones más relevantes en el ámbito de la exposición humana a sustancias químicas. El mercurio, sobre todo en su forma orgánica de metil mercurio, produce efectos perjudiciales sobre el desarrollo del sistema nervioso en el feto y el recién nacido. Asimismo, pueden producir efectos persistentes en el desarrollo neurocognitivo de los niños. La toxicidad neurológica del mercurio a bajas dosis en los niños afecta especialmente a la memoria, al lenguaje y habilidades verbales, y a la función visual-motora.
Existe, por lo tanto, una preocupación internacional que se ha evidenciado con la firma, en 2013, del Convenio de Minamata sobre el mercurio, un tratado mundial para proteger la salud humana y el medio ambiente de los efectos adversos de este metal pesado, y cuyo principal objetivo es la reducción y el control de las emisiones debidas a la actividad humana de mercurio a lo largo de su ciclo de vida. Hay que tener en cuenta que un 30 % del mercurio que se emite a la atmósfera es debido a la actividad humana (minería y metalurgia, uso de mercurio en diferentes procesos y productos químicos, actividad de las incineradoras, crematorios, combustión de combustibles fósiles en centrales térmicas, cementeras…), un 10 % es de origen natural (volcanes, incendios, etc), mientras que el 60 % corresponde a reemisiones desde los océanos y mares a la atmósfera.
Cuando el Mercurio se libera al medio ambiente, fundamentalmente a los ecosistemas acuáticos mediante deposición atmosférica, o por descarga de vertidos, se transforma mediante la acción bacteriana en su forma orgánica tóxica (metil mercurio), que se incorpora a la cadena trófica y se acumula sobre todo en los peces de gran tamaño como el pez espada y el atún, de modo que la principal vía de exposición humana a este metal es a través de la dieta, y especialmente del consumo de este tipo de pescado.
Una de las formas más relevantes para evaluar la exposición humana a mercurio es mediante la biomonitorización humana, es decir la medida de sustancias químicas en muestras biológicas (sangre, orina, pelo; etc). En los estudios realizados por nuestro grupo de investigación de la fundación FISABIO, en niños y madres de la Comunitat Valenciana, se ha puesto de manifiesto que los niños de 6-11 años presentan niveles de mercurio en pelo cinco veces superior a la media de los 17 países europeos que participaron en un estudio europeo, y que un 18 % de los niños superan el valor guía establecido por la agencia europea de seguridad alimentaria (EFSA). Del mismo modo, un 27 % de las madres estudiadas superaba el valor guía. Estos resultados son similares al resto de España y a los de algunos países como Portugal, en los que el consumo de pescado es muy relevante en la dieta.
No existe un patrón común de exposición a mercurio en los países mediterráneos, y en muchos de ellos escasean los datos nacionales de exposición. Por otro lado, la concentración de mercurio en distintas especies de pescados del Mediterráneo supera a las halladas en especies del océano Atlántico. En el caso de algunos atunes, por ejemplo, es habitual que sus concentraciones de mercurio sobrepasan los niveles máximos establecidos por la Unión Europea. No obstante, los datos más recientes indican que las concentraciones de mercurio en las aguas del Mediterráneo son similares a las medidas en el Atlántico Norte.
Para disminuir la exposición a mercurio, la agencia española de seguridad alimentaria (AESAN) ha establecido una serie de recomendaciones, dirigidas sobre todo a mujeres embarazadas y niños, en las que por supuesto sigue recomendando el consumo de pescado, dados sus beneficios nutricionales, pero señala que debe evitarse, en las poblaciones más vulnerables, el consumo de pescados de alto contenido en mercurio, como el atún, el pez espada-emperador, el tiburón y el lucio.
Vicent Yusà Pelechà
Doctor en Química
Responsable del área de Investigación en Seguridad Alimentaria
FISABIO
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