Científica de formación y de corazón, admiradora acérrima de los razonamientos bien estructurados y complejos, cuando una experiencia sensorial produce conexiones instantáneas e intensas que no pasan por el pensamiento racional no puedo sino esbozar una sonrisa de sorpresa genuina, casi infantil.
La música suele tener ese poder y recuerdo exactamente donde estaba cuando escuché por primera vez a dos mujeres del mediterráneo, dos mujeres fuertes, dos divas de la música, cantar Trigales verdes, La mort de na Margalida: Maria del mar Bonet y Martirio. Para los que no conozcan la historia de esta canción popular mallorquina, La muerte de na Margalida fue trágica. Pertenecía a la clase más humilde y falleció en 1910 atropellada por una maquinaria agrícola, sin embargo, no fue hasta días después, un 16 de enero que se enteraron su familia y su prometido Sebastià y reclamaron el cuerpo para darle un final digno. Sebastià quiso que se la recordara y encargó al glosador del pueblo Mestre Bartomeu Memes una canción. Una canción que acabaría llevando la pegadiza melodía de la milonga andaluza Trigales Verdes.
Cuando María del Mar Bonet y Martirio la cantan a dúo la canción suena a mediterráneo y a mestizaje. La milonga andaluza arranca la canción, los sonidos amplios con acento andaluz, la guitarra casi morisca, la música brilla como si de pronto el sol entrara a raudales. Luego cambia, suena una guitarra más suave, mallorquina; el sonido cambia, el catalán seseante de María suena a mar y a melancolía. El final de la canción mallorquina a dos voces pone los pelos de punta y deja una imagen final de un mediterráneo rico en saberes y unido por la tradición y la cultura compartidas y por la fuerza de sus mujeres.
El mediterráneo es esto, música, arte y tradición, y un entorno único que debemos cuidar y potenciar a toda costa. Pero es también ciencia, tecnología y futuro, y al igual que la milonga andaluza reconvertida en canción mallorquina esa ciencia debe ser inclusiva, participativa y feminizada.
Y cuando pienso en esa ciencia mediterránea que queremos y en preservar el entorno que tenemos, ya no pienso en trigales verdes sino en azafrán rojo. El azafrán es el producto agrícola de alto valor más caro del mundo y aunque su origen es asiático, fue en Grecia donde botánicos asirios lo cultivaron por primera vez en el siglo VII a.C. A partir de ahí ha estado presente en la historia de todos los países bañados por el Mediterráneo, en sus platos, ungüentos y medicinas. Y han sido casi siempre manos femeninas las encargadas de recoger las flores y seleccionar una a una los delicados estigmas carmesí: en Castilla la Mancha, en Grecia, en Marruecos, en Túnez… Hasta tal punto ha sido importante en la historia que el tener las manos manchadas de rojo se consideró durante mucho tiempo y en muchas culturas mediterráneas como símbolo de bienestar económico.
Por todo ello es casi justicia poética que fueran dos mujeres: una griega, la Dra Maria Tsimidouy una española manchega, la Dra Marta Roldan Medina; las encargadas de llevar al azafrán al futuro. Todo ello gracias a la financiación del programa de Cooperación Europea en Ciencia y Tecnología (COST) a través de la creación de un consorcio de investigación formado por 20 países europeos junto con países colindantes no europeos como Egipto, Marruecos y Azerbaiyán.
Mejora del cultivo, trazabilidad, desarrollo de herramientas de determinación de adulteración y origen del azafrán. Desarrollo de una red de investigación colaborativa sobre la organización estructural del genoma del azafrán, generación de datos proteómicos, genómicos y de huella genética, que permitan mejoras genéticas y luchar contra las enfermedades que afectan al cultivo. Y por último y no menos importante generación de materiales educativos para llevar la historia, la tradición y los nuevos descubrimientos sobre el azafrán a las escuelas y a la sociedad. No es música exactamente, pero su proyecto tiene ritmo y cadencia, y produce en mi ese mismo sentimiento primario de felicidad cuando lo observo en conjunto.
Los programas de cooperación existen, las oportunidades de hacer ciencia mediterránea colaborativa con mirada femenina también, pero por desgracia los ejemplos son escasos. Esto nos debería servir de reflexión. Sabemos que las investigadoras están ahí al igual que sus ideas, pero es evidente la necesidad de tejer redes de contactos, crear asociaciones de investigadoras del Mediterráneo, grupos de trabajo etc. Debemos conocernos para generar las melodías, las interacciones, debatir sobre las ideas y con todo ello optar a los fondos de financiación existentes y crear la música de la ciencia. Mientras no consigamos esto navegaremos solas o acabaremos navegando más allá del Mare Nostrum en busca de colaboraciones.