Desertificación y cambio climático: dos amenazas para la conservación de la biodiversidad

Las previsiones futuras de cambio global hacen que el riesgo de perder gran parte de la vegetación y la biodiversidad y funcionalidad asociadas sea ahora muy real, y con esa pérdida nos encaminamos a una etapa de desertificación.
Desertificación

Recientemente un titular llamó mi atención: «Camino al desierto: la erosión se come más de 500 millones de toneladas de suelo al año en España». Este titular junto con otros publicados en las últimas décadas ponen el foco en la erosión, y en mi opinión «distraen» la atención del gran problema ambiental, económico y social que es el cambio climático, el principal motor de la desertificación que nos amenaza.

 


El cambio climático es el principal motor de la desertificación que nos amenaza


 

Todo relato tiene un principio y el de la erosión como principal causa de la desertificación se inicia en 1977 en la Conferencia mundial de Nairobi. Esta surge como respuesta a la hambruna originada en el Sahel en la década de los 70 a causa de una tremenda sequía que había atrapado a miles de personas, sus campos y ganados en la región forzándolos a agotar los recursos disponibles. Dado el vínculo geográfico y climático del Sahel con el desierto del Sáhara, los responsables de la conferencia asumieron que el desierto se estaba extendiendo por la sobreexplotación humana y que se trataba de un proceso irreversible o muy difícil de revertir. A pesar de que habían evidencias de que se trataba de un ciclo de sequía como los que desde hacía siglos afectaban la región y no la expansión del desierto, esta línea de pensamiento ha seguido hasta hoy. Mientras tanto, la comparación de imágenes obtenidas por satélite y los datos climáticos disponibles, permitieron comprobar que la región se había reverdecido durante finales del siglo xx, confirmando la hipótesis de los ciclos de sequía.

 

Desertificación

En nuestro país también en los años 70, la sociedad española comienza a sensibilizarse ante los problemas ambientales y, empujado por esa corriente, el gobierno español inició en 1981 su propio programa de lucha contra la desertificación (LUCDEME) y en 1996 su propio plan de acción contra la desertificación (PAND). Ambos programas pusieron el énfasis en considerar que todo paisaje con síntomas de erosión era consecuencia de la acción humana y que los incendios forestales aceleraban la erosión.

 

Sin embargo, pronto se puso en evidencia que no todo paisaje que presentaba formas erosivas era consecuencia humana. Así, los paisajes del Desierto de Tabernas, en Almería, y los Monegros, en el valle del Ebro, que ilustran cualquier noticia sobre la España desertificada que aparece en los medios, se revelaron herencia de fenómenos naturales. Otras investigaciones mostraron que la vegetación mediterránea está adaptada a los incendios periódicos y que los problemas de erosión derivados de incendios forestales se darían en zonas con elevadas pendientes cuando inmediatamente después del paso del fuego ocurriesen precipitaciones muy intensas y que, por tanto, ambos fenómenos no están ligados necesariamente.

 

Por su parte, la comparación de datos del Inventario Forestal Nacional que España había iniciado en 1966 y que tiene continuidad hoy en día, mostraba claramente que los terrenos que la agricultura y ganadería iban abandonando iban siendo colonizados por la vegetación. Con estos datos se corroboraba también que la importante deforestación del paisaje español que veíamos no era un proceso irreversible. Tanto es así que España es en la actualidad uno de los países de la UE con más y mayor proporción de superficie ocupada por bosques.

 

Con todo ello parecería que estamos fuera de peligro y que la erosión y desertificación anunciadas al principio de esta entrada son inexistentes. Sin embargo, el peligro viene cuando observamos que este aumento de la vegetación ha incrementado el uso de agua por las plantas, pues éstas evaporan y transpiran agua como consecuencia de sus actividades metabólicas y, por tanto, a más plantas y más grandes mayor es el consumo de agua. Pero además, a mayor temperatura del aire, mayor es también la evapotranspiración del agua por las plantas, y sabemos que durante el período de recuperación forestal mencionado la temperatura del aire ha aumentado. Por tanto, tenemos dos factores que hacen aumentar la demanda de agua sin que la disponibilidad de agua haya aumentado durante ese período. En algunas regiones españolas la precipitación no ha variado en las últimas décadas, pero en otras la precipitación ha disminuido. En consecuencia, todo el desarrollo de la vegetación ha conducido a que las plantas compitan fuertemente por el agua, resultando en el debilitamiento de muchas de ellas. Este debilitamiento las hace más vulnerables a enfermedades y plagas —recordemos la gran mortandad en la Comunidad Valenciana de pino carrasco en 2013/14 por perforadores del género Tomicus— y aumenta la cantidad de restos secos de estas plantas en el monte, elevando la combustibilidad y el peligro de propagación de incendios.

 

Las previsiones futuras de cambio global —mayor despoblamiento rural, aumento de temperaturas y cambios en las precipitaciones— hacen que el riesgo de perder gran parte de esa vegetación y la biodiversidad y funcionalidad asociadas sea ahora muy real, y con esa pérdida sí que nos encaminamos hacia una etapa de desertificación.

 


Patricio García Fayos

Patricio García-Fayos
Profesor de investigación del CSIC
Centro de Investigaciones sobre Desertificación (CSIC-UV-GVA)
Bio

 

 


 

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