Mar y contaminación: un problema creciente

La transición energética se ha ido acelerando a medida que los efectos del cambio climático son más visibles. La pandemia de la COVID 19 ha manifestado el carácter global de nuestra sociedad y su extraordinaria vulnerabilidad. Aumenta la sensación de urgencia y la necesidad de actuar contundentemente para salvaguardar nuestro futuro. La emergencia climática, protagoniza el discurso político. No es casual que, la nueva presidencia de la Unión Europea hable de “New Green Deal” con relación a un “nuevo contrato” radical y disruptivo entre la humanidad y el planeta. Recientemente se anunció el objetivo de descarbonización del 55% para 2030 (reducción de emisiones de GHG respecto a 1990), y de un 30% a nivel actual. Este avance implica enormes cambios y requerirá de mejores instrumentos de gobernanza para alcanzarlos sin una tensión política insoportable.

La historia de la contaminación de ecosistemas marinos arranca con la historia de la civilización humana. La mayoría de los puertos se ubicaron en estuarios favoreciendo el desarrollo de los centros de población. Los residuos urbanos e industriales eran descargados directamente a los mismos sin ningún tipo de tratamiento. A finales del siglo XIX, con el crecimiento de la población y de la industria, los principales estuarios industrializados de Europa se trasformaron en nauseabundos, fétidos y sin vida. No fue hasta que se llegó a un nivel de contaminación donde se produjeron consecuencias nocivas sobre los ecosistemas y organismos, cuando se empezó a prestar atención a la contaminación marina.

Actualmente, la contaminación de nuestros mares es un tema de preocupación general, pero a pesar de esto, en muchas partes del mundo se siguen aún produciendo grandes cargas de contaminantes y se espera que esta tendencia siga incrementándose. Es importante el conocimiento de las fuentes de contaminación y los impactos en los ecosistemas, no solo para una mejor comprensión de la respuesta de los ecosistemas a los contaminantes, sino también para formular medidas de gestión. Hoy en día, desde el punto de vista de la gestión de los contaminantes en el medio marino, nos enfrentamos a tres situaciones distintas: una primera en la que incluiríamos a aquellos contaminantes que sabemos cómo controlar, otro grupo de sustancias que siguen representando problemas vigentes y un último, de compuestos emergentes, que representan nuevos desafíos para la ciencia que sustenta la regulación y la gestión.

Primero hay que aclarar que, cuando hablamos del grupo de contaminantes que podríamos considerar como a los que controlamos, esto no significa que el problema que generan esté resuelto o haya desaparecido, sino que existe un conocimiento importante sobre ellos, y las formas de gestionarlos. En los países económicamente desarrollados existe un marco legal que los regula y tecnología y mecanismos para su tratamiento. En general, los vertidos puntuales o directos de estas sustancias están prohibidas y, aunque es muy difícil detener completamente sus descargas al medio marino, ya sea por aspectos técnicos y/o económicos, el marco regulatorio impone unos controles estrictos que limitan el impacto que producen a niveles aceptables. Con las fuentes difusas es más complejo, ya que es difícil rastrear el contaminante hasta un foco que pueda ser objeto de aplicación. Dentro de este grupo, tenemos a los vertidos de materia orgánica y aguas residuales, a los vertidos de metales y otros residuos industriales y al de compuestos sintéticos altamente persistentes (pesticidas organoclorados como el DDT, aldrin, dieldrin, lindano, retardantes del fuego como los PCBs).

Existe otro grupo de contaminantes que, a pesar del conocimiento científico que tenemos de ellos y de las convenciones y marcos regulatorios nacionales e internacionales, continúan siendo problemáticos. Algunos de ellos son producidos en grandes cantidades y/o son persistentes y actualmente prevalentes en todo el medio marino. Todos representan amenazas conocidas que han sido ignoradas o han tardado tiempo en manifestarse, y que implica un desafío su gestión. Los contaminantes que hoy en día constituyen problemas vigentes son los plásticos, la sobrefertilización por nutrientes, los detergentes, la contaminación por petróleo y gas, y los residuos radioactivos.


Actualmente, la contaminación de nuestros mares es un tema de preocupación general, pero a pesar de esto, en muchas partes del mundo se siguen aún produciendo grandes cargas de contaminantes y se espera que esta tendencia siga incrementándose


En el último siglo, la humanidad ha hecho grandes avances tecnológicos y ha incrementado sustancialmente la producción química. Nosotros usamos cientos de miles de químicos en nuestra vida diaria para limpieza, cuidado de la salud, tratamiento de enfermedades, aplicaciones industriales y en la agricultura y ganadería. Es limitado el conocimiento sobre la cantidad de nuevos compuestos, conocidos como contaminantes emergentes, que son liberados al medio marino, así como nuestra capacidad para medir sus concentraciones en el ambiente. La legislación y regulación, para muchos de ellos, es inexistente o va muy por detrás de las tasas de producción y liberación. Los contaminantes emergentes no necesitan ser persistentes en el ambiente para causar efectos negativos ya que sus tasas de transformación pueden estar compensadas por su continua entrada en el ambiente. Además, la gran cantidad de diferentes compuestos presentes en el medio marino, nos enfrenta a la necesidad de comprender cómo interaccionan las mezclas de contaminantes pudiendo aumentar o reducir sus efectos en los organismos.

El problema de la contaminación se caracteriza por estar interconectado, con relaciones complejas e inciertas, con conflictos de intereses y restricciones, además de un nivel de conocimiento incompleto por lo que se hace más difícil introducir estrategias de gestión efectivas para su control. La ciencia que subyace la gestión de la contaminación marina está desarrollada y existe un amplio conocimiento sobre los impactos de organismos aislados, particularmente sobre aquellos organismos que pueden ser testeados en laboratorios. Sin embargo, hay que seguir avanzando en los efectos sobre poblaciones, comunidades y ecosistemas, sobre los impactos a largo plazo, así como sobre las tecnologías de tratamientos y marcos legales que los regule.


Silvia Falcó Giaccaglia
Instituto de Investigación para la Gestión Integrada de Zonas Costeras (IGIC) del campus de Gandia de la Universitat Politècnica de València

 

 


 

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